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jueves, 2 de marzo de 2017

¡LO VES! (Autor: CARLOS CAMPELO GARCÍA)


Tercer domingo de primavera en el hemisferio norte, otro día del señor, uno más en la colección; llevaba parte de la tarde deambulando en el piso que ocupaba, enviando bombas a su cerebro que explotaban una tras otra y lo dejaban en la misma situación de abulia.
Harto de bombardearse decide arreglarse y salir, pasear hasta la terraza de aquel bar cuyo nombre llama a hurgar en parte de atrás de las cosas. El sol, está iniciando el descenso hacia el oeste, le golpea en los ojos obligándole a hacer uso de las gafas de sol; inicia el camino, despacio, sin prisa, respirando los olores, vigilando a los viandantes, se coloca los auriculares para, durante el trayecto, escuchar una entrevista radiofónica a un neurocientífico y neurólogo:

“Buenas tardes, hoy se encuentra en nuestro estudio una persona que ha dedicado su vida al estudio del cerebro, órgano de aproximadamente dos kilos; que nos organiza y desorganiza la vida.
.- ¿en todos los humanos el cerebro trabaja de la misma manera?
“Los humanos tenemos patrones biológicos similares y el funcionamiento es prácticamente idéntico, nos cambian las experiencias, el ambiente, …
.- ¿Funciona de forma independiente a nuestra conciencia o nuestra alma?
.- Los científicos pensamos que tanto lo que llamamos “alma” o “espíritu” es producto de la actividad neuronal, solamente desconocemos los mecanismos que los producen …..”

Mientras escucha la entrevista llega a la calle que se dice ancha (no más de ocho metros), lo que refleja las estrecheces con las que se vivía en un pasado no tan lejano. Comienza a subir la cuesta, suave, cómoda; apaga el reproductor para dejarse invadir por los estímulos externos; grupos de personas pasean arriba y abajo; jóvenes, mayores, familias, ruidos de conversaciones, de pasos presurosos o calmos, de jóvenes a la caza del amor y viejos que lo recuerdan como un sueño.
A esta hora el sol se alinea con el trazado de la calle y la refracción y reflexión de sus rayos le dan un ambiente mágico, los rayos rebotan en paredes y escaparates; paredes de piedras de palacios de antaño, que reflejan en oro; piedras de casas burguesas, en rosa, sombras delineadas, borrones de vida. La luz lo atraviesa todo creando un paisaje ligeramente fantasmagórico, desdibujado en su luminosidad.
Llega al bar, abre la puerta de madera y cristal, se dirige al mostrador y, tras dar las buenas tardes, pide:
.- Un café, sólo, largo, con hielo y en el hielo un chorro de ron negro, por favor
.- ¿Qué ron le pongo?
.- Cualquiera que sea negro.
.- ¿Este mismo?
.- Sí, ese mismo.
.- ¿cuánto es?
.- dos euros.
.- Aquí tiene.
.- Gracias
.- A ti.

Sale a la terraza, ocupa la mesa de siempre y la silla de siempre, sillas y mesa de bambú, esta con tapa de madera de pino. Se coloca con la vista hacia la calle; a su izquierda el trazado casi completo de la misma, a la derecha la plaza que circunda la catedral de esa ciudad.
Se sienta, lía un cigarro y comienza a disfrutar del café y a mirar a los transeúntes, distingue turistas de autóctonos, locos de cuerdos, tristes de alegres, soñadores de realistas, pacientes de presurosos, …, es su entretenimiento, su forma de reconocer la vida.
Transcurre el tiempo y observa a una anciana nonagenaria acompañada de una mujer más joven (posiblemente su hija), se dirigen hacia donde está, sentándose y ocupando las sillas y la mesa que se encuentran a su izquierda. La señora mayor se sienta a su lado, la más joven en el más lejano.
.- Buenas tardes,
.- Buenas tardes.
.- Le importa si nos sentamos a su lado.
.- No, por supuesto que no.
.- Que tarde más agradable tenemos hoy.
.- Sí, realmente agradable.
.- ¿Es usted de aquí?.
.- Sí y no, vivo aquí en la ciudad, pero mi origen es otro, soy de un pequeño pueblo no muy lejano.
.- Ahh, Yo también soy de un pueblo, pero ya llevo viviendo en esta ciudad más de setenta años. Tengo noventa cuatro.
.- Pues se conserva usted muy bien, desde luego no los aparenta.
.- ¡Mama!, no molestes al señor.
.- No molesta nada señora, al contrario.
.- Hija, de verdad, que impertinente eres. No ves que es un buen chico. No le haga caso a mi hija, es un poco pesada, no le gusta que trabe conversación con desconocidos, dice que soy una pesada. ¿Le parezco una pesada?
.- No, de momento no.
.- Sabe, yo vine a la ciudad hace setenta y cuatro años, con veinte, recién casada. Llegamos, mi marido y yo, cargados de ilusiones y esperanzas. Abandonamos el pueblo buscando una vida mejor. ¡Ay mi marido!, que bueno era. Me dejó sola hace cuarenta años, la enfermedad se lo llevó cuando solo tenía 56. Llegamos con una mano delante y otra detrás, pero él era muy hábil, mientras trabajaba de dependiente en una tienda de ropa se sacó el carné de conducir, después consiguió una licencia de taxi y comenzó a trabajar como taxista.
.- ¡Mamá!, que al señor no le interesa nada tu vida, le estas aburriendo y molestando.
.- Perdone, sí me interesa.
.- Ves hija, es un buen chico, ya te lo decía yo, se le ve en la cara. Bueno, como le decía, llegamos y al poco el mi Manuel consiguió la licencia de taxista, se compró un coche y comenzó a trabajar. Trabajó como un burro, yo me dedicaba a las labores del hogar y a los niños, en los primeros seis años de matrimonio tuvimos cuatro hijos, dos chicos y dos chicas, durante un tiempo todo fue así, pero en el momento que empezaron a crecer, el Manolo, que era muy moderno dijo que me tenía que poner a trabajar y con unos ahorros que teníamos me puso una tienda de ropa para mujeres. Todavía recuerdo una vez que viajamos a Barcelona para comprar ropa interior, lo pasamos muy bien y el negocio fue redondo, conseguimos un precio estupendo por la partida de ropa; es que el mi Manolo era muy buen negociante. También era muy buen amante, ¿sabe?
.- No, no lo sabía (sonríe).
.- Sí, era muy bueno, me quería mucho y me trató, siempre, muy bien. Qué pena que se me muriese tan joven.

La mujer siguió desgranando toda su peripecia vital Como sacaron adelante la tienda, como sobrellevo la pérdida de su marido, como continuó trabajando hasta la jubilación y, sobre todo, como, aún hoy, echaba en falta a su hombre.

.- Y usted, ¿está casado?
.- No, estoy separado.
.- Lo ves mi niño, lo ves, siempre uno se va y el otro se queda llorando; sea por el motivo que sea. La vida es así.
.- Mamá.
.- ¿qué?
.- Es tarde, debemos irnos para casa.
.- Vale. Bueno caballero, ha sido un placer charlar con usted.
.- El placer ha sido mío señora. Me ha resultado muy agradable la conversación.
.- Bueno, cuídese y que todo le vaya bien, hasta otra.
.- Hasta otra.

El sol ya estaba prácticamente desaparecido y tras apurar un segundo café con hielo y ron, se levanta y se coloca nuevamente los auriculares para acabar de escuchar la entrevista, comenzando a caminar, fundiéndose con el anochecer, lo primero que escucha es lo siguiente:


“………. el cerebro humano no está preparado para ser feliz, está preparado para sobrevivir, evolutivamente nuestro cerebro está concebido para ello; la felicidad como concepto solo aparece una vez están cubiertas todas las necesidades de supervivencia ….”

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