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lunes, 26 de junio de 2017

"CUARTO MENGUANTE" (Autor: P.J. CHELMICK)


                                                  


            ¿Cómo regresar a esa inquietud de las mareas cuando la luna cosquillea al atardecer las olas de su piel?

            Sabía, por lo que los cuentos me narraban, por lo que las leyendas me descubrían, por lo que los viejos temían, y los poetas escribían, que ella guardaba todos los sueños, todos los miedos, todos los aullidos, todos los desamores, todos los insomnios, y yo quería ser parte de su misterio.

            ¿Cómo alcanzar aquel vergel de nada donde todo lo imaginado habitaba?

            Escribí compulsivamente los más variopintos cuentos, los arrojaba en una hoguera, en la esperanza de que sus cenizas alcanzaran su luz.
            Narré, a quienes nada tenían que escucharme, enigmáticas leyendas de seres lunáticos que visitaban mi alcoba, para que ellos fueran mis intérpretes en su huida.
            Subí a los cerros donde clamaba el rumor de los cencerros, allí aullé, aullé hasta darme miedo al reconocerme en mi voz; tan lejos, tan insuficiente para que ella me escuchara.
            Y declamé, declamé versos, y más versos, y soñé despierta hasta verla desaparecer cada amanecer, desposeída de su túnica de sol.

            Me ignoró, como se ignoran los cuentos que no se creen, como se ignoran las promesas sin piel, como se ignoran las pesadillas al despertar, como si ignoran los deseos de una moneda perdida en Trevi.

            Me negué a no ser luz, a no ser el deseo de los verbos ser, amar y estar, me negué a ser un cuento sin final, a ser una marioneta de cristal.

            Me hice pequeña, muy pequeña, hasta ser engullida por el vientre de mi tierra,
hasta ser una pepita de mis vacilaciones, descomponerme en sus entrañas hasta que la lluvia pudriera mis sueños, ser vapor, y conquistados todos los castillos amurallados de vació en las nubes, alcanzar aquella luna de nadie.

            La lluvia me hice crecer, crecer, crecer, abandonar mis zapatos mágicos donde encerraba los secretos, recortar los tirabuzones que a las noches me roían los ratones de mis cuentos, humedecer la mirada en la verdad de las leyendas escondidas en mis prendas, temblar ante los aullidos de los lobos que se escondían en las esquinas.

            Fue cuando ella me preguntó: - ¿Ya no quieres ser mía?

            Trepé con mis raíces entre las montañas que las antiguas cenizas fueron creando a mis pies hasta alcanzar la última cornisa del acantilado donde morían todas las mareas, inquietas, y me senté, con mis pies colgando en el vacío, y le di patadas a los vientos, a los sueños, a los miedos, a los versos y a los poetas, porque allí estaba ella, aquella luna rosa, llena de junio.

Se sentó a mi lado, en aquel trozo de acantilado, me entregó un atillo hecho con trapos viejos, cargado de versos, de sueños, de miedos y de cuentos.

-          Cuéntame, dijo.


Miré contra la marea, inquieta, me volví a ser pequeña.

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