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martes, 5 de diciembre de 2017

CARTAS COMPARTIDAS (TERCERA ENTREGA)


15 colaboradores de CUENTOS CUENTOS CONTIGO, se han sumado a la propuesta de escribir una carta con destinatario libre para compartirla con todos nosotros. 

En esta entrada os ofrecemos la tercera y última entrega con cuatro de las cartas recibidas y sus autores correspondientes: MANUELA BODAS, GELINES DBT, JUAN CARLOS CRESPO, MACAMEN DE VEGA

(Podéis encontrar las otras dos entregas en este blog)



CARTA DE MANUELA BODAS

Árbol Verde Pópulos
Avenida Mil Casas, nº 1000
La Tierra

Árbol Urbanita Marrón
Cuadra 10101
La Tierra

            Querido amigo:
            Espero que a la llegada de esta misiva te encuentres lleno de salud, al igual que todas tus ramas y raíces.
            Por aquí los amaneceres siguen empeorando. Hace días que no se me acerca nadie. No entiendo mucho, pero creo que esos seres que han invadido este planeta donde hemos nacido, están desapareciendo como por arte de magia. Estoy muy triste, echo de menos al muchacho de ojos color trigo y a su can. Teníamos unas conversaciones estupendas.
            También debo decirte que el cielo se desdibuja muy a menudo, como si se borrara por momentos. Si estuviéramos más cerca te pediría ayuda, que me enviaras algún salvárboles que conocieras para que me hiciese un chequeo. Aquí hace meses que no viene ninguno a tomarme los pulsos.  No acierto a comprender qué me pasa, no sé si el achaque es del tronco, de alguna hoja  o de las raíces.
            Bueno ya vale de contarte mis lamentaciones de árbol de pueblo. En tu última carta me contabas lo preocupado que estabas por una de tus enormes ramas. Esa que había asomado al otro lado de la calle y algo le debió pasar, pues desde entonces replegó sus hojas y se fundió en un mutismo absoluto. Espero que ya esté solucionado. Seguramente tu rama vio algo que le habrá costado asimilar, nos ha pasado a todos.
            Tengo que dejarte, el cielo se ha vuelto a cubrir, ahora casi no puedo respirar y desde el aire, llegan unos artefactos que escupen fuego y explotan en el suelo. No entiendo nada, pero esto no me huele nada bien.
            Hasta la próxima amigo. Espero tu contestación casi con ansiedad, pues como ya te he dicho, aquí han desaparecido hasta nuestros amigos los pájaros.
Un fuerte abrazo con todas mis ramas. ¡Salud y calma!
Tu amigo de raíces:  Árbol Verde Pópulos.

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CARTA DE  GELINES DBT
PRIMER PREMIO Certamen de cartas Amor de Paradas 2017 (Sevilla).

Querida Julia:

Hoy llueve y necesito escribirte, porque la lluvia me trae sabores de tormentas escampadas en tu boca y en tu cuerpo. Me trae olor a ti, a tierra húmeda y caliente de agosto, de aquellos agostos en el pueblo de mis abuelos, donde tú vivías y yo veraneaba.
Cada junio la misma rutina, tras las notas escolares partía rumbo al pueblo, rumbo a ti. A mí me gustaba tu piel tostada y a ti mi palidez de ciudad. Me lo decías tú. Te lo susurraba yo. Compartimos secretos, cromos y travesuras infantiles. Hicimos juramentos de sangre y practicamos la amistad y el amor antes de saber el significado de lo uno y de lo otro. Crecimos deseándonos. Al menos yo, moría por tu cuerpo adolescente intrépido y activo, que lo mismo trepaba que planchaba, mientras yo, siempre inútil, te observaba. Descubrimos sensaciones adolescentes nadando tramos peligrosos del río, el remolino donde nos gustaba tirarnos para ver si nos tragaba, provocando escalofríos de placer, también prohibido. Apagábamos ese deseo con roces involuntarios y provocados, que se alargaban mucho, mucho más de lo necesario, y se repetían tantos días y tantas veces como los demás nos permitían. Mis manos te buscaban y te encontraban en aquel momento y lugar, donde casi todo estaba censurado, y nuestro amor más que nada. Nunca lo hablamos pero lo intuíamos en cada caricia.
En septiembre todo volvía a su lugar: yo al instituto, las hojas al suelo mientras tú te quedabas allí, perenne. Abrigaba mis inviernos con sensaciones y caricias inventadas contigo, almacenadas en mi piel, apiladas como troncos. Y sin darnos cuenta llegó agosto, ese agosto veinteañero, más tórrido que ninguno, al menos para tu cuerpo y el mío. Aquel verano todos los sentidos reventaron a la vez y no pudimos controlarlos, o no quisimos. Abundaron las tormentas interiores y exteriores. Corríamos esquivando chaparrones y tanto corrimos que nuestros labios se encontraron y ya no teníamos edad ni ganas de separarlos. Les siguieron nuestros cuerpos, que se negaban a ignorarse, y entre besos y versos nos bebimos la noche y sus misterios, el amor y sus espadas.
Al día siguiente, hui a la ciudad. hui de ti, o de mí, no sé. Te he evitado tanto como te he pensado pero tu ausencia me pesa desde siglos, sobre todo en días lluviosos como hoy. Cada día paso un rato contigo escribiéndote apasionadas cartas que luego emborrono y arrugo para que hagan juego con mi ánimo. Seguramente habrás empezado tantas como yo y ninguna encontró el camino hasta mí, espero que esta cruce la noche, se deshaga en tus ojos, rompa tu calma y acelere tu pulso, mi amor.
En mi última visita al pueblo tropecé con tu serena madurez. Tu ardiente mirada abrió la herida que lleva tu nombre, y volvió a ser agosto en mí. Mientras tus labios sin maquillaje me hablaban yo me recreaba de nuevo en el último beso que me dieron. No te dije que permanezco inmóvil viendo la vida pasar, esperando el momento de cruzar y acurrucarme en algún pliegue de tus caderas ya adultas. Por favor, Julia, haz algo por ti. Por mí. Rompe esquemas. Porque necesito recuperar las estaciones no vividas contigo, saber cómo besas en invierno y cómo tiemblas en primavera. Necesito untarme de tu vida, lanzarme contigo al remolino, correr el riesgo de ahogarnos o enfermar, porque nunca te he visto enferma y me gustaría cuidarte. Mis prejuicios han muerto, mis dudas son adultas y están cansadas, ayúdame a ahuyentarlas. Me oprime esta nostalgia domesticada que me acompaña desde entonces, desde que te conozco. Porque eres una fecha. Una hora. Mi calendario. Permíteme volver al pueblo, porque mi pueblo eres tú.
Siempre tuya:
Maribel.

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CARTA DE JUAN CARLOS GARCÍA CRESPO

Hola mamá, no te enfades por no escribir antes, ya sabes como soy. Lo dejo y lo dejo y al final nunca hago un rato para estar contigo. Mientras te escribo es como si te tuviera aquí, a mi lado, y te contara, cara a cara, todas las cosas, incluso te veo contestando y echándome la bronca, diciéndome lo que está bien o mal.
Apenas tengo tiempo de sentarme a hablar contigo, la vida en esta isla es estresante, el trabajo consume mi tiempo y el que me queda libre aprovecho para pasarlo con los niños y con Sonia, aunque los tengo aquí me echan de menos. Es poco lo que puedo estar con ellos, a los niños solo los veo por la noche, cuando ya están a punto de dormir. Y a Sonia…, bueno la veo pero siento que nos distanciamos. Me gustaría pasar más tiempo con ella y disfrutar de estas playas y este sol juntos. Pero el trabajo…
Ya sé lo que vas a decir, que dejé aquel puesto en la empresa y a mis amigos para ganar más dinero y ahora temes que me quede solo. Y tienes razón, aquí no tengo amigos, amigos de verdad. Allí tengo amigos de toda la vida, aquí solo conocidos ocasionales. Son como las estaciones del año, cuando te haces al invierno, se va y llega la primavera, y luego el verano. Con la gente pasa igual, conoces a alguien y antes de que te des cuenta se ha ido a otro trabajo lejos o fuera de la isla. He pasado de vivir feliz en el pueblo a tener dinero, pero no vida. No sabes como echo de menos el barrio y a los locos de los vecinos, aquí ni siquiera les conozco. ¿Aún siguen peleándose a voces los del tercero? Supongo que no habrá cambiado mucho. Hace unas semanas me encontré con el Rafita, ya sabes, el hijo de la Flori, la del quinto, hacía años que no le veía, ha crecido, me ha contado como está todo, la pena que dan algunos negocios de siempre ya abocados al cierre y el poco dinero que circula de mano en mano, la gente tiene miedo a gastar, algunos no tienen ni para gastar. Me contó también que, a pesar de todo, las fiestas son fiestas y las risas se contagian de puerta en puerta, que el barrio sigue siendo pobre pero rico en amistad y camaradería.
No he vuelto a saber de él, aquí a uno o le absorbe el trabajo o la fiesta.
Querida mamá, hace días que empecé esta carta y no he sido capaz de terminarla. No sabes la cantidad de ellas que he empezado y nunca término.
Hoy hemos cogido a los niños por la mañana y hemos venido a la playa, hay mucha gente. A Pablito le encanta el agua y Rosita se asombra con cada castillo que le hace su madre, llevan horas jugando en la arena, jugando como dos niñas, me encanta esa faceta de Sonia, es capaz de ser la esposa y amante más eficiente y en cuestión de segundos convertirse en una niña pequeña. Cuando vamos al parque ocurre igual, el niño no deja de columpiarse, menos mal que ya ha aprendido a hacerlo solo, puede pasar horas en el columpio, le encanta volar alto e imaginar que llega a las nubes, igual que hacía yo, ¿Te acuerdas? Mientras, ellas no paran de jugar en el tobogán, Sonia es increíble, no sé de dónde saca esa fuerza para estar pendiente de todo, su trabajo, la casa, los niños, yo. Me doy cuenta de que apenas se lo agradezco. Ha venido tras de mí a ciegas, confiando en mí, buscando una vida mejor, pero creo que no es feliz a mi lado, bueno, lo poco que estamos juntos. Sólo la veo feliz al lado de los niños, no creo ni que le guste esta isla. Pero lo intenta por mi.
Otra vez vuelvo a escribirte, ya hace dos meses que empecé, si sigo así no te la enviaré nunca, como siempre. Sonia y yo hemos vuelto a discutir, tengo que tomar una decisión por qué ella me ha dado un ultimátum, o ellos o el trabajo. Y lo tengo claro, pero no sé cómo hacer para trabajar menos y ganar más, tenemos muchos gastos al mes.
Se acerca navidad y será otra navidad lejos de casa, ¿sabes lo que nos ha pedido Rosita para Papá Noel? No quiere juguetes, solo quiere viajar en avión. ¿Por qué le he dicho? - Para conocer a la abuela-, me dijo, para conocerte a ti. No sé cómo decirle que nunca podrá hacerlo, que estas en el cielo y eso significa que jamás volveremos a verte. Por eso les hablo tanto de ti, y de papá, para que al menos conozcan como eran sus abuelos. Hace tantos años que os fuisteis que si un día dejo de hablar de vosotros yo mismo os olvidaré.
Pablo va a hacer 8 años, no se me olvidará tu cara de felicidad al cogerlo por primera vez en brazos. Una pena que no le vieras crecer, os hubierais llevado bien.
Tengo que dejarte otra vez y como siempre no sé si te enviaré esta carta o la guardaré en el cajón con las demás, hasta que sepa cual es la dirección del trocito de cielo donde estáis.
Adiós mamá, un beso. Recuerdos a papá.

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CARTA DE MACAMEN DE VEGA

Querido Daniel:
Me marcho. Sé que no te sorprenderá leer esta carta, pues hace tiempo que estamos sin ser. Hace tiempo, ya no sé decir cuánto, que ha desaparecido la magia de este lugar que elegimos color a color, textura a textura, sonido a sonido... cuándo éramos un «para siempre». Quiero recordar, y ya no soy capaz, cuándo fue la ultima vez que las hojas amarillas de los chopos sonaron a cascabeles agitadas por el viento del otoño a nuestro paso. Tampoco recuerdo la última vez que el agua del lago acarició con tibieza mis pies al caminar por su orilla. Se ha vuelto fría y gris. Ni las mañanas de sol espléndido de verano es capaz de reflejar el azul del cielo. Ni cubiertas de flores sus orillas logra el agua templarse. Está helada y quieta. En invierno y en verano el agua enfría mi cuerpo si la toco. Y la cocina... está callada. Ya no hay pájaros cantores esperando picotear las migas que arrojaba de vez en cuando su ventana. Y no huele a postres ni a guisos, ni resvala el vaho del vapor de las cazuelas por sus azulejos. Los paños y los delantales, mortajas del silencio y la asepsia que reinan en la estancia, languidecen colgados de las perchas exhibiendo su blanco inmaculado. Y por las noches intento recordar la última vez que nos guiñaron las estrellas, pues ni en la noche más despejada y oscura logro ver brillar ni una sola. Hasta la luna llena, donde guardamos nuestras promesas hace tanto tiempo, se ha apagado por completo y con ella todo lo que nos prometimos.
Me ahogo, Daniel, en el agua helada del lago. Y las estrellas no me iluminan el camino. Y los cascabeles no me avisan de que todo está bien.
Me marcho porque no quiero apagarme como este lugar. Sé que tu te has acostumbrado y puedes vivir sin los sonidos, los colores, el calor, el brillo... Yo lo he intentado, con todas mis fuerzas, pero sin todo eso, poco a poco he ido olvidando quién soy, quien eres. Necesito volver a escuchar cascabeles a mi paso y lograr que la luna vuelva a brillar. Cuando lo haga volveré y la traeré conmigo llena de todos los sonidos y promesas que no hemos sabido cuidar. Y entonces, si tu quieres, tendremos una segunda oportunidad para recuperar juntos toda la magia que un día supimos inventar para nosotros.
Te escribo porque hace mucho que ya no me escuchas y porque me falta valor para abandonarte mirándote a los ojos porque es en ellos donde más me duele no encontrarme.

Volveré, lo prometo, para encontrarme en tus ojos mientras los mios te cuenten quién eres tú.
Te quiero.
Adela.







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